En enero de 1921 salió a la luz el primer número de la revista La Vida Sobrenatural. El Padre
dominico Juan González Arintero, apoyado por un grupo de amigos, fue el fundador de esta revista.
Pretendía hacer de ella un instrumento de la misericordia de Cristo.
La revista comenzó siendo mensual hasta 1937. Desde ese año hasta hoy continúa siendo bimensual.
En 1994 pasó a llamarse Vida Sobrenatural (sin el artículo delante), como le ocurrió a otras
revistas que también llevaban artículo en el título.
En el momento de su primera aparición fue acogida con entusiasmo, y recibió los elogios de varios
obispos, pues era prácticamente única en su ámbito. Aunque había otras revistas muy semejantes,
sin embargo no combinaban el rigor teológico o doctrinal y el carácter divulgativo o pastoral como
trataba de hacer La Vida Sobrenatural. El criterio apostólico era el que le guiaba en la selección
de los artículos que se recibían en la redacción. La revista permitía llegar a muchos lugares y al
corazón de muchas personas más fácilmente que con la propia presencia.
En su primer editorial, titulado A nuestros lectores, el P. Arintero expuso con claridad los
objetivos de esta publicación. Se trataba de estudiar a fondo, de dar a conocer y hacer sentir
en la medida de lo posible «los inefables misterios y portentosas maravillas de la vida de la gracia».
El fin y el plan de nuestra revista ‒dice Arintero‒ son, pues, exactamente los mismos de su hermana
francesa, La Vie Spirituelle. Como esta, se propone a los deseos de muchísimos sacerdotes y fieles
que desde hace ya largo tiempo pedían un órgano periódico para la enseñanza de la espiritualidad
cristiana. Así trata de cuanto se refiere a la vida espiritual. Se dirige:
A los miembros del clero, a quienes facilita el estar al corriente de las graves cuestiones de
teología acética y mística; en particular a los directores de almas, que aquí hallarán enseñado por eminentes
maestros el tan delicado arte de la vida espiritual.
A los miembros de las comunidades religiosas, que tienen sumo interés en poseer a fondo la doctrina
y la práctica de esa vida.
A los directores de obras de celo, a quienes la Revista quiere ayudar a infundir en sus grupos
una vida profundamente cristiana.
A todos los cristianos de buena voluntad, que tienen sincero deseo de crecer
en conocimiento y amor de Dios.
La Revista se esfuerza por excitar en las almas una piedad firme, ilustrada, fundada en sólida doctrina.
Por eso ha escogido la mayor parte de sus colaboradores entre teólogos igualmente versados en la ciencia
sagrada y en el arte de la dirección de las almas.
Arintero declara en este mismo editorial que la revista no es el órgano exclusivo de ninguna escuela
de espiritualidad, y que se inspira constantemente en la doctrina tradicional. Su enseñanza quiere
ser la de los grandes maestros de la espiritualidad: santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz y,
en particular, la de santo Tomás de Aquino. Puede sorprender ver a santo Tomás entre los grandes místicos,
pero sin duda sus obras nos proporcionan los criterios para una espiritualidad cristiana equilibrada. Así
lo entendió el mismo Arintero, quien estudió con detalle la influencia del Aquinate en estos dos grandes
místicos españoles del Siglo de Oro.
Desde el primer número la revista se dividió en seis secciones: una sección doctrinal (hoy denominada
«Estudios»), una sección litúrgica (denominada en su origen «Ecos litúrgicos»); una sección hagiográfica
(llamada en un principio «Ejemplares de vida sobrenatural», y hoy «Testigos»); una sección de «Textos
antiguos», en la que se recogen textos de autores clásicos de difícil localización, o textos de autores
actuales (esta sección se denomina actualmente «Escuela de Vida»); una sección donde se recogía la crónica
de las principales manifestaciones de la vida espiritual (esta es una sección desaparecida prácticamente
en nuestros días, y que convendría retomar); y, finalmente, hay una sección bibliográfica destinada
principalmente a reseñar libros relacionados de algún modo con la espiritualidad. Después de la muerte
del P. Arintero se han ido publicando, en sección aparte, los favores recibidos por su intercesión.
Después de varios vaivenes, esta sección se ha vuelto a retomar con un contenido diferente. Actualmente
se denomina: «Padre Arintero», y con ella se quiere dar a conocer su figura.
A la muerte del P. Arintero le sucedió al frente de la dirección: Fray Ignacio Menéndez Reigada, O.P.
(1928-1933); a él le sucedió fray Sabino Martínez Lozano, O.P. (1933-1966); luego estuvo de director
fray Arturo Alonso Lobo, O.P. (1966-1983); después le sucedió en el cargo fray Armando Bandera, O.P.
(1983-1993); a continuación, fray Pedro Fernández Rodríguez, O.P. (1994-2001); desde mediados del año
2001 hasta finales de 2009, fray Manuel Ángel Martínez Juan, O.P.; desde comienzos de 2010 hasta el primer
número de 2017, fray Julián Ramón de Cos Pérez de Camino, O.P.; desde 2017 hasta hoy, fray Óscar Jesús
Fernández Navarro, O.P.